Que Heidegger haya vivido hasta el extremo la oscuridad de su tiempo, que haya caído en la más burda tentación y el más ciego entusiasmo frente a los poderes humanos de salvación, que su equivocación le haya costado un quiebre del cual felizmente aprendió más de lo que han sabido aprender sus críticos, y que de todo esto finalmente haya sabido profundizar, hasta llegar al fondo mismo del asunto que el destino le puso delante, eso es lo que podría señalarnos a nosotros, venidos después, el horizonte de la historia a la que pertenecemos. Ante la “Hybris” del siglo XX, y ante la ceguera de toda esta época de desenfrenado optimismo y confianza en los poderes de dominio humano, quizás podamos algún día ser capaces de aprender con Heidegger, esa piedad que es el pensar, sin salir del recinto en que impera la tensión de la unidad de contrarios, formada, por un lado, por la extrema indigencia humana, y por el otro, por el extremo poder del ser. Allí, donde según el antiguo enunciado de Parménides, ser y pensar son lo mismo, allí también tiene lugar el prodigio de que la libertad y el destino sean lo mismo.
Eduardo Carrasco Pirard
Santiago de Chile, 18 de agosto de 1996
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