Traducción de O. Del Barco y C. Ceretti en DERRIDA, J., De la gramatología, Siglo XXI, México, 1998, pp. 57-85. Edición digital de Derrida en castellano.
Es necesario pensar ahora que la escritura es, al mismo tiempo, más externa al habla, no siendo su “imagen” o su “símbolo”, y más interna al habla, que en sí misma es ya una escritura. Antes de estar ligada a la incisión, al grabado, al dibujo o a la letra, a un significante que en general remitiría a un significante significado por él, el concepto de grafía implica, como la posibilidad común a todos los sistemas de significación, la instancia de la huella instituida. En adelante nuestro esfuerzo apuntará a extraer lentamente estos dos conceptos al discurso clásico, del que necesariamente los tomamos. Este esfuerzo será laborioso y sabemos a priori que su eficacia nunca será pura y absoluta.
La huella instituida es “inmotivada” pero no caprichosa. Al igual que la palabra “arbitrario”, según Saussure, ella “No debe dar la idea de que el significante depende de la libre elección del hablante” (p. 131). Simplemente no tiene ningún “vínculo natural” con el significado en la realidad. La ruptura de este “vínculo natural” cuestiona, para nosotros, la idea de naturalidad, más que la de vínculo. Por eso la palabra “institución” no debe interpretarse demasiado apresuradamente dentro del sistema de las oposiciones clásicas.
No puede pensarse la huella instituida sin pensar la retención de la diferencia en una estructura de referencia donde la diferencia aparece como tal y permite así una cierta libertad de variación entre los términos plenos. La ausencia de otro aquí-ahora, de otro presente trascendental, de otro origen del mundo apareciendo como tal, presentándose como ausencia irreductible en la presencia de la huella, no es una fórmula metafísica que sustituiría un concepto científico de la escritura. Esta fórmula, a la par que la negación de la metafísica en sí misma, describe la estructura implicada por lo “arbitrario del signo”, desde el momento en que se piensa su posibilidad más acá de la oposición derivada entre naturaleza y convención, símbolo y signo, etc. Estas oposiciones no tienen sentido sino a partir de la posibilidad de la huella. La “inmotivación” del signo requiere una síntesis en la que lo totalmente otro se anuncia como tal -sin ninguna simplicidad, ninguna identidad, ninguna semejanza o continuidad- dentro de lo que no es él. Se anuncia como tal: he aquí toda la historia, a partir de lo que la metafísica ha determinado como lo “no-viviente” hasta la conciencia, pasando por todos los niveles de la organización animal. La huella, donde se marca la relación con lo otro, articula su posibilidad sobre todo el campo del ente, que la metafísica ha determinado como ente-presente a partir del movimiento ocultado de la huella. Es necesario pensar la huella antes que el ente. Pero el movimiento de la huella está necesariamente ocultado, se produce como ocultación de sí. Cuando lo otro se anuncia como tal, se presenta en la disimulación de sí. Esta formulación no es teológica, como podría creerse con cierta precipitación. Lo “teológico” es un momento determinado dentro del movimiento total de la huella. El campo del ente, antes de ser determinado como campo de presencia, se estructura según las diversas posibilidades -genéticas y estructurales- de la huella. La presentación de lo otro como tal, es decir, la disimulación de su “como tal”, ha comenzado desde un principio y ninguna estructura del ente le escapa.
Por esta razón el movimiento de la “inmotivación” pasa de una estructura a otra cuando el “signo” franquea la etapa del “símbolo”. Es en un cierto sentido, y de acuerdo a una cierta estructura determinada del “como tal”, que se está autorizado a decir que aún no hay inmotivación en lo que Saussure llama el “símbolo” y que -al menos provisoriamente, dice- no interesa a la semiología. La estructura general de la huella inmotivada hace comunicar, en la misma posibilidad y sin que pueda separárselos más que mediante la abstracción, la estructura de la relación con lo otro, el movimiento de la temporalización y el lenguaje como escritura. Sin remitir a una “naturaleza”, la inmotivación de la huella es siempre devenida. No hay, a decir verdad, una huella inmotivada: la huella es indefinidamente su propio devenir-inmotivado. En lenguaje saussuriano sería necesario decir lo que no dice Saussure: no hay símbolo y signo, sino un devenir-signo del símbolo.
Además, como es obvio, la huella de la que hablamos no es más natural (no es la marca, el signo natural o el índice en un sentido husserliano) que cultural; ni más física que psíquica, ni más biológica que espiritual. Es aquello a partir de lo cual es posible un devenir-inmotivado del signo, y con él todas las oposiciones ulteriores entre la physis y su otro.
En su proyecto de semiótica Peirce parece haber estado más atento que Saussure a la irreductibilidad de este devenir-inmotivado. En su terminología, es de un devenir-inmotivado del símbolo de lo que se debe hablar, puesto que la noción de símbolo desempeña un papel análogo al del signo que Saussure opone, precisamente, al símbolo:
“Symbols grow. Thy come into being by development out of other signs, particularly from icons, or from mixed signs partaking of the nature of icons and symbols. We think only in signs. These mental signs are of mixed nature; the symbol parts of them are called concepts. If a man makes a new symbol, it is by thoughts involving concepts. So it is only out of symbols thas a new symbol can grow. Omne symbolum de symbolo.”[ii]
Peirce hace justicia a dos exigencias aparentemente incompatibles. La falta sería aquí sacrificar una a la otra. Es necesario reconocer el enraizamiento de lo simbólico (en el sentido de Peirce: de lo “arbitrario del signo”) en lo no-simbólico, en un orden de significación anterior y ligado: “Symbols grow. They come into being by development out of other signs, particularly from icons, or from mixed signs...” Pero este enraizamiento no debe comprometer la originalidad estructural del campo simbólico, la autonomía de un dominio, de una producción y de un juego: So it is only out of symbols that a new symbol can grow. Omne symbolum de symbolo.
Pero en los dos casos el enraizamiento genético remite de signo a signo. Ningún suelo de no-significación -ya sea que se lo entienda como insignificancia o como intuición de una verdad presente- se extiende, para fundarlo, bajo el juego y el devenir de los signos. La semiótica ya no depende de una lógica. La lógica, según Peirce, sólo es una semiótica: “La lógica, en su sentido general, sólo es, como creo haberlo demostrado, otro nombre para la semiótica (shmevtnxh), la doctrina casi necesaria, o formal, de los signos.” Y la lógica en un sentido clásico, la lógica “propiamente dicha”, la lógica no-formal dominada por el valor de verdad, sólo ocupa en esta semiótica un nivel determinado y no fundamental. Lo mismo que en Husserl (pero la analogía, aun cuando haga pensar mucho, se detendría aquí y es necesario manejarla con prudencia), el nivel más bajo, la fundación de posibilidad de la lógica (o semiótica) corresponde al proyecto de la Grammatica speculativa de Thomas de Erfurt, abusivamente atribuida a Duns Scoto. Al igual que Husserl, Peirce se refiere expresamente a ella. Se trata de elaborar, en ambos casos, una doctrina formal de las condiciones a las que debe satisfacer un discurso para tener un sentido, para “querer decir”, inclusive si es falso o contradictorio. La morfología general de ese querer-decir[iii] (Bedeutung, meaning) es independiente de toda lógica de la verdad.
Nenhum comentário:
Postar um comentário