domingo, 1 de janeiro de 2017
Mi cuerpo, ese papel, ese fuego
Michel Foucault
En Historia de la locura en la época clásica II, México, F.C.E, 1998, pp. 340-372. Edición digital de Derrida en Castellano.
En las páginas 75 a 79 (t. I) he dicho que el sueño y la locura no tenían el mismo estatuto ni el mismo papel en el desarrollo de la duda cartesiana: el sueño permite dudar del lugar en que estoy, del papel que veo, de la mano que tiendo; pero la locura no es un instrumento ni una etapa de la duda; pues “yo, que pienso, no puedo estar loco”. Exclusión, por tanto, de la locura, cuya tradición escéptica hacía de ella, por el contrarío, una de las razones de dudar.
Para resumir la objeción que a esta tesis presenta Derrida, lo mejor, sin duda, es citar el pasaje en que ofrece, dé la manera más vigorosa, su lectura de Descartes.
“Descartes acaba de decir que todos los conocimientos de origen sensible pueden engañarlo. Simula encontrarse ante la objeción asombrada del no-filósofo imaginario, al que aterra semejante audacia, y que le dice: no, no todos los conocimientos sensibles, sin los cuales estarías loco, y sería irrazonable guiarse por los locos, proponernos un discurso de loco. Descartes hace eco dé esta objeción: puesto que estoy aquí, puesto que escribo, puesto que me entendéis, no estoy loco, ni lo estáis vosotros, y nos encontramos entre gentes sensatas. El ejemplo de la locura no es, por tanto, revelador de la fragilidad de la idea sensible. Sea. Descartes conviene con ese punto de vista natural, o, antes bien, simula reposar en esa comodidad natural para mejor arrancarse de allí, más radical y más definitivamente, e inquietar a su interlocutor. Sea, dice, creéis que estaría loco si dudara de que estoy sentado cerca del fuego, etc., que sería extravagante si me guiara por el ejemplo de los locos. Os voy a proponer, por tanto, una hipótesis que os parecerá mucho más natural, que no estará fuera de vuestro alcance, puesto que se trata de una experiencia más común, y también más universal que las de la locura: y es la del sueño y del dormir. Descartes desarrolla entonces esta hipótesis que arruinará todos los fundamentos sensibles del conocimiento y sólo dejará al desnudo los fundamentos intelectuales de la certidumbre. Sobre todo, esta hipótesis no evadirá la posibilidad de extravagancias —epistemológicas— mucho más graves que las de la locura.
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DERRIDA: “El sueño es una experiencia más común, y también más universal que la locura.” “El loco no se equivoca siempre y en todo.” “La locura no afecta de manera contingente y parcial más que ciertas regiones de la percepción sensible.”
Ahora bien, Descartes no dice que el sueño es “más común y también más universal que la locura”. Tampoco dice que los locos sólo están locos de tiempo en tiempo y respecto a puntos particulares. Antes bien escuchémosle evocar a las gentes que “constantemente aseguran que son reyes”. Esos hombres que se toman por reyes, o que creen tener un cuerpo de vidrio, ¿tendrían una locura más intermitente que el sueño?
Sin embargo, es un hecho: Descartes, en el camino de la duda, da un privilegio al sueño sobre la locura. Dejemos indeciso por el momento el problema de saber si la locura está excluida, tan sólo olvidada, o retomada en una experiencia mayor o más radical.
Acaba apenas de citar, para abandonarlo, el ejemplo de la locura, cuando Descartes evoca el caso de los sueños: “Sin embargo, debo considerar, aquí, que yo soy hombre, y que por consecuente tengo la costumbre de dormir, y de representarme en mis sueños las mismas cosas, o a veces, más inverosímiles que las de los insensatos mientras están en la vigilia.”
Doble ventaja, por tanto, del sueño. Por una parte, es capaz de dar lugar a extravagancias que igualan o a veces superan la locura. Por otra parte, tiene la propiedad de producirse de manera habitual.
La extravagancia del sueño fija su carácter demostrativo como ejemplo: su frecuencia asegura su carácter accesible como ejercicio y es, precisamente, ese carácter accesible el que preocupa, así a Descartes, mucho más, seguramente, que su carácter demostrativo, señalado de una vez por todas, y como para asegurarse de que la hipótesis de la locura puede abandonarse sin remordimiento. Por el contrario, varias veces aparece el tema de que el sueño se produce muy a menudo. Leamos: “Soy hombre, en consecuencia, tengo la costumbre de dormir”; “cuántas veces me ha ocurrido soñar durante la noche...
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Pero, ¿por qué es tan importante que el sueño sea familiar y accesible?
Luego, el discurso sigue así: resolución, en el sujeto meditante, de tomar en consideración el hecho de que es un hombre, que le ocurre dormir y soñar; aparición de un recuerdo o, antes bien, de una multitud de recuerdos de sueños que coinciden exactamente, rasgo tras rasgo, con la percepción de hoy (estar sentado en este lugar, vestido, cerca del fuego); sentimiento, empero, de que hay entre esta percepción y ese recuerdo una diferencia, diferencia que no sólo es verificada sino efectuada por el sujeto en el movimiento mismo de su meditación (yo contemplo ese papel; muevo la cabeza, extiendo la mano para que surja con vivacidad la diferencia entre la vigilia y el sueño); o unos nuevos recuerdos, a un segundo nivel (la vivacidad de esta impresión a menudo ha formado parte de mis sueños); con esos recuerdos, el vivo sentimiento de que estoy en vela se borra, es remplazado por la clara visión de que no hay indicio cierto que pueda separar al sueño de la vigilia; verificación que produce en el sujeto meditante un asombro tal que la indiferencia entre vigilia y sueño provoca la casi certidumbre de que se está dormido.
Y es allí donde el ejemplo del sueño manifiesta otro de sus privilegios; por mucho que en ese punto modifique al sujeto meditante, no le impide, en el corazón mismo de ese stupor, continuar meditando, meditando válidamente, viendo con claridad cierto número de cosas o de principios, pese a la indistinción, por profunda que ésta sea, entre vigilia y sueño...
(...
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