sábado, 8 de abril de 2017

El conocer como esquematización de un caos de acuerdo con una necesidad práctica





 

http://web.archive.org/web/20071014001600/http://www.heideggeriana.com.ar/textos/voluntad_conocimiento.htm

LA VOLUNTAD DE PODER COMO CONOCIMIENTO (2)
Martin Heidegger


Traducción de Juan Luis Vermal en Nietzsche, Destino, Barcelona, 2000.
(Heidegger)


Preguntar qué es el conocimiento humano quiere decir querer conocer el conocer mismo. Con frecuencia se encuentra que este propósito es un contrasentido, algo absurdo y paradójico, comparable con el propósito del barón de Münchausen de sacarse de la ciénaga tirando él mismo de sus propios cabellos. Al indicar este contrasentido, quien lo hace se encuentra además especialmente ingenioso y superior. Pero el recuerdo del propio y muy dudoso ingenio llega aquí demasiado tarde. En efecto, el conocer no es para el hombre algo que se conozca y reconozca sólo ocasionalmente, o quizás sólo cuando se pone a construir una teoría del conocimiento, sino que en el conocer mismo ya está implícito que éste se ha conocido.

El representar del ente en cuanto tal no es un proceso que, por así decirlo, simplemente tenga lugar en el hombre, sino que es un comportarse en el que el hombre está, de manera tal que este estar dentro de un tal comportarse [Verhalten] expone al hombre a lo abierto de esa relación [Verhältnis] y contribuye así a sostener su ser-hombre. Esto implica: en el comportarse representante respecto del ente el hombre -con o sin una «teoría» propia, con o sin autoobservación- se comporta ya siempre respecto de sí mismo. Y esto implica, de un modo aún más esencial: el conocer es siempre ya conocido en cuanto tal; querer conocer el conocer no es ningún contrasentido sino un propósito que posee un carácter sumamente decisivo, porque todo depende de que, al intentar destacar expresamente la esencia del conocimiento, el conocer sea experimentado tal como ya ha sido conocido antes de todo pensar posterior sobre él y tal como se manifiesta de acuerdo con su propia esencia. Por eso, cuando argumentando sólo con palabras y secuencias de palabras se declara de manera puramente formalista que es absurdo e imposible conocer el conocer, se está mostrando ya un desconocimiento esencial del conocer: que éste tiene en sí mismo, y no sólo con posterioridad, un carácter meditativo y que gracias a éste se encuentra ya siempre en la claridad de su propia esencia.

Conocer el conocer en su propia esencia, correctamente comprendido, quiere decir retroceder a su fundamento esencial ya abierto aunque todavía no desplegado; no quiere decir aplicar otra vez -elevado a la potencia- un proceder ya listo y aclarado.

Ahora bien, la esencia y la historia del hombre occidental están caracterizados por el hecho de que a su relación fundamental respecto del ente en su totalidad le es propio el saber y el conocer, y por lo tanto la meditatividad en el sentido esencial de acuerdo con el cual desde ella se contribuye a decidir y configurar la esencia del hombre occidental. Por ser así, sólo a este hombre histórico occidental puede sucederle que sea atacado por la falta de meditación, por una perturbación de la meditatividad, destino del que queda totalmente preservada una tribu negra. A la inversa, la salvación y la fundación del hombre histórico occidental sólo pueden provenir de la suprema pasión de la meditación. De ella forma parte ante todo el conocer del conocer, la meditación sobre el saber y el fundamento esencial en el que se mueve desde hace dos milenios gracias a su historia esencial.

La meditación sobre el conocer nada tiene que ver con la construcción de una aburrida y peregrina «teoría del conocimiento», en la que la pregunta por el conocer pregunta por algo que para el cuestionante está ya siempre, de una u otra manera, definitiva o temporalmente, previamente decidido.

El conocer consiste -considerado formalmente- en la relación de un cognoscente a lo cognoscible y lo conocido. Pero esta relación no está por sí e indiferente en algún lado, como la relación en un bosque de un tronco caído respecto de una roca cercana, relación con la que podemos encontrarnos o no encontrarnos. Aquella relación [Verhältnis], la que caracteriza al conocimiento, es en cada caso aquello en cuyo interior nos comportamos [verhalten] nosotros mismos, comportarse que palpita en nuestra actitud fundamental [Grundhaltung]. Ésta se expresa en el modo en el que captamos de antemano el ente y los objetos, en el modo en que hemos determinado el criterio decisivo de nuestra referencia a ellos.

Si ahora, siguiendo el hilo conductor de una nota apropiada de Nietzsche, rastreamos la cuestión de cómo comprende el conocer, y por lo tanto el tener-por-verdadero, y por lo tanto la verdad, tendremos que prestar atención a lo siguiente:

1) De qué manera determina de antemano aquello que sale al encuentro como cognoscible y circunda al hombre y su vida.

2) Qué considera que es lo decisivo de la relación cognoscitiva con lo que sale al encuentro y circunda.

Ambos, la predeterminación de lo que sale al encuentro y la fijación del carácter que posee la referencia a el, estarán conectados entre sí y remitirán a un fundamento esencial común, al carácter de la experiencia fundamental de la vida humana en general y de su pertenencia a la totalidad del «mundo». De este modo, la experiencia fundamental no es un mero telón de fondo de la interpretación de la esencia del conocimiento sino lo primero y lo que de antemano decide todo lo posterior.

Qué quiere decir conocer para Nietzsche? ¿De qué modo ve de antemano la relación re-presentante del hombre respecto del mundo? ¿Es el conocimiento un proceso en el interior del ser viviente de especie racional, ser viviente al que llamamos hombre? Si sí, ¿qué sucede en este proceso? Acaso en él y por su intermedio se reciben y recogen, por así decirlo, imágenes del mundo circundante, para después trasladarlas e introducirlas en el alma y el espíritu, con lo que el conocimientos sería una especie de transcripción y copia de la realidad? ¿O para Nietzsche el conocer no es un conocer de este tipo? Su respuesta a esta pregunta, no formulada de modo explícito, pero implícitamente planteada, es la siguiente:



«No “conocer”, sino esquematizar, imponer al caos tanta regularidad y tantas formas como para satisfacer nuestra necesidad práctica.» (n. 515; marzo junio de 1888)



En estas palabras se halla lo decisivo acerca de la concepción nietzscheana del conocimiento, del mismo modo en que, al comienzo de la nota antes comentada, la sentencia «La estimación de valor “creo que esto y esto es así” como esencia de la “verdad”» decía lo decisivo acerca de la verdad. Se trata de comprender que esta última expresión y la ahora citada se copertenecen íntimamente y poseen una raíz común. Para esto no debe ocuparnos de ninguna manera de dónde provienen, calculadas historiográficamente, las influencias que inciden en esta concepción de la verdad y del conocimiento, sino que lo que nos importa es la cuestión de hacia dónde señala esa concepción dentro de la posición metafísica fundamental de Nietzsche y qué es lo que por su intermedio, respecto de la cuestión de la verdad, se somete a una decisión más perfilada, o incluso a una decisión que sólo entonces resulta visible. No: ¿de dónde lo tiene?, sino: qué da con ello?

«No “conocer”, sino esquematizar.» Señalemos nuevamente: «conocer» está también entre comillas, lo mismo que «verdad» en la otra nota. Esto quiere decir: conocer no es «conocer», en el presunto sentido de una copia que recibe y transcribe, sino «esquematizar».Ya nos habíamos encontrado con el concepto de sx°ma al hacer una primera aclaración de la esencia de la razón y el pensar en el sentido de un representar de acuerdo con las categorías y sus esquemas. Presumiblemente, la interpretación nietzscheana del conocer como «esquematizar» estará históricamente en conexión con la esencia de la razón y del uso de las categorías; históricamente quiere decir: esta concepción del conocimiento como «esquematizar» está en el mismo ámbito de decisión que el pensar platónico-aristotélico, aunque Nietzsche no haya «tomado» el concepto de esquema de Aristóteles historiográficamente, es decir recurriendo a opiniones pasadas.

Nietzsche aclara inmediatamente lo que comprende por «esquematizar» con las siguientes palabras: «imponer al caos tanta regularidad y tantas formas como para satisfacer nuestra necesidad práctica». ¿De qué modo, es decir, según qué respectos queda así determinado el conocer que se ha captado como «esquematizar»? El esquematizar es elucidado como un imponer una cierta medida de «regularidad» y de «formas». Los esquemas son aquí formas que, en cuanto tales, contienen al mismo tiempo una regularidad y una regulación. Pero igualmente importante, o más esencial aún, es lo que Nietzsche dice además de eso:

1) Las formas reguladoras se imponen en cierta medida a lo que Nietzsche denomina «caos». Lo que a través de la esquematización recibe la imposición de las formas reguladoras es aquello con lo que de inmediato choca el conocer y aquello que en primer lugar le impresiona, es decir aquello con lo que el conocer se tropieza. Lo que sale al encuentro tiene el carácter del «caos». Nos quedamos perplejos, suponiendo que al comentar estas palabras de Nietzsche no nos limitemos a oír frases sin pensar sino que en todo momento también pensemos y meditemos desde nosotros mismos, desde nuestra postura cognoscitiva, qué nos sale al encuentro en lo que ha de conocerse. Si, en un ejercicio cognoscitivo, miramos simplemente alrededor nuestro, aquí en el aula, en la calle, en el bosque o en cualquier otro lado, en ese conocer y tomar-conocimiento, ¿nos encontramos acaso con el «caos»? ¿No nos encontramos, por el contrario, con una región ordenada, articulada, desde la cual se nos enfrentan objetos -pertinentes unos a otros- de manera abarcable, manejable, disponible y mensurable? Todos estos elementos objetivos nos salen al encuentro de manera tanto más rica y ordenada -adaptados y referidos unos a otros- ­cuanto más dejamos que todo esté ante nosotros demorándonos puramente frente a ello, es decir cuando nos representamos el «mundo», tal como lo llamamos, aunque éste sea pequeño y estrecho. ¡Pero en ningún caso el «caos»!

2) Nietzsche dice: la medida según la cual se imponen al «caos» las formas reguladoras se determina desde nuestra «necesidad práctica». O sea que la actitud de la que surge el comportamiento cognoscitivo, por la cual se lo determina, no es el re-presentar «teórico» sino el comportamiento práctico, la praxis de la vida.

La estructura esencial del conocimiento tiene ahora contornos firmes: el conocer es esquematizar, lo que ha de conocerse y lo cognoscible es caos, y lo cognoscente es la praxis de la vida. Estas formulaciones contradicen, sin embargo, lo que encontrábamos hace un momento al dirigir inmediatamente la mirada a nuestro habitual representar cotidiano del «mundo».

¿Cómo llega Nietzsche a esta caracterización de la esencia del conocimiento? ¿Tanto él como otros pensadores anteriores acaso no han observado el mundo que les rodeaba inmediatamente, no han tomado en cuenta su propia experiencia cotidiana de este mundo? ¿Por honor y respeto de una opinión preconcebida del conocimiento han cerrado su mirada a la configuración esencial del conocer?

¿O efectivamente puede verse el conocer desde otro punto de vista, y se lo tiene que ver desde otro punto de vista de manera tal que en su campo visual lo cognoscible aparezca como caos y el conocer como la imposición de regularidades y formas?

¿Cuál es ese otro punto de vista desde el que se observa aquí la esencia del conocimiento? El propio Nietzsche parece señalar cuál es el punto de vista desde el que se determina su pensar cuando dice que nuestra «necesidad práctica» es determinante para el conocer. Pero precisamente si nos atenemos a nuestro hacer y omitir cotidiano, a nuestras prácticas y cálculos, o sea a la «praxis» y su «mundo», se muestra más aún que aquello respecto de lo cual nos comportamos al conocer, aquello con lo que tenemos trato al mirar en torno, aquello dentro de lo que nos movemos con sentidos abiertos y sano entendimiento, quizás nos inquiete o quizás nos tranquilice, pero en ningún caso es un caos sino un mundo estructurado, un entorno de objetos mutuamente coordinados y de cosas que se refieren recíprocamente, de las cuales una «da» la otra.

Cuanto más decididamente nos desprendemos de todas las teorías filosóficas sobre el ente y el conocimiento, de modo más penetrante se nos presenta el mundo en la forma que hemos descrito. ¿A qué posición se ha dislocado el pensar y el reflexionar sobre el conocer para llegar a enunciados tan sorprendentes como que el conocer sea el esquematizar un caos realizado de acuerdo con necesidades vitales prácticas?

¿O puede ser que esta caracterización de la esencia del conocimiento no sea en absoluto un disloque tal? ¿No tiene incluso de su parte la tradición del pensar metafísico, con lo que en la visión que tiene Nietzsche del conocimiento concuerdan todos los grandes pensadores? Si esta concepción del conocimiento coincide tan poco con nuestro comportamiento cotidiano y lo que él sabe de sí, esto no puede ya sorprendernos desde el momento en que sabemos que el pensar filosófico no debe medirse con la vara del sano entendimiento común. ¿De qué hablamos entonces cuando decimos que nuestro conocer cotidiano no se refiere a un caos sino a un ámbito estructurado, ordenado, de objetos y conexiones objetivas? ¿No hablamos acaso del mundo ya conocido? ¿No es la pregunta por la esencia del conocimiento precisamente la pregunta por cómo se llega a la representación de los objetos que nos rodean y de los que nos ocupamos al mirar en torno, o sea de los objetos ya conocidos y reconocidos así como de su círculo más amplio? ¿Cuando aseguramos que en la representación nos referimos a un mundo estructurado y ordenado, no delatamos con ello que ya ha tenido lugar, y necesariamente, un ordenamiento y una estructuración, o sea exactamente lo que de modo manifiesto proviene de una imposición de formas reguladoras, de un esquematizar? Esto implica: el conocer, en cuanto representar y traer-ante-nosotros un mundo es, en el fondo -si no nos quedamos en la superficie sino reflexionamos en profundidad-, el «esquematizar» un caos de acuerdo con necesidades prácticas. La interpretación que hace Nietzsche de la esencia del conocimiento no sería entonces algo extraño, aunque tampoco sería algo propio, con lo que no tendríamos el derecho ni la obligación de seguir tratando acerca de una doctrina específicamente nietzscheana del conocimiento y la verdad.

Entonces habría que preguntar, simplemente: ¿por qué sale al encuentro en primer lugar el «caos», en qué medida la necesidad práctica es determinante para el conocer, y por qué el conocimiento es un «esquematizar? Pero preguntando de este modo, ¿podemos retroceder por detrás del estado del comportamiento cognoscente hacia aquel estado sólo desde el cual surge el conocer, conocer que supera la relación no cognoscitiva con el ente y produce y recoge en general por vez primera una relación con «algo», es decir con lo que de alguna manera «es»?

Evidentemente, en la determinación que hace Nietzsche de la esencia del conocimiento, al igual que en la que establecen otros pensadores -recordemos a Kant-, se produce un retroceso hacia lo que hace posible y sustenta esa única representación que inmediata y regularmente nos resulta familiar, la representación de un mundo ordenado y estructurado. De este modo se acomete el intento de ir cognoscitivamente por detrás del conocer. El conocer, concebido como esquematizar, es reconducido a la necesidad vital práctica y al caos como condiciones de su posibilidad y su necesidad. Si concebimos a la praxis vital, por un lado, y al caos, por otro, como algo que en todo caso no es una nada y por lo tanto como un ente que esencia de tal o cual manera, resulta que tal caracterización de la esencia del conocimiento implica reconducir su constitución esencial a algo ya ente, quizás incluso al ente en su totalidad.

Este conocer del conocer retrocede «por detrás» del conocer. ¿Pero de qué tipo de retroceso se trata? Se explica el conocer a partir de su proveniencia y a partir de «condiciones», el conocer se convierte en algo explicado y conocido. ¿Se vuelve de esta manera más cognoscente, se somete así al dominio de su propia esencia? ¿Es este retroceso un retroceso que devuelve el conocer a su propia claridad esencial? ¿O se vuelve acaso más oscuro por obra de este retroceso explicativo? ¿Tan oscuro que se extingue toda luz, toda huella de la esencia del conocer? ¿Será quizás el conocer del conocer en cada caso la osadía de un paso pleno de consecuencias que da alguien una vez en milenios al aventurarse en algo no preguntado? Tenemos derecho a suponerlo, porque a pesar de los innumerables puntos de vista gnoseológicos que los historiadores saben referir, hay hasta ahora una única interpretación de la esencia del conocimiento, aquella para la que pusieron el fundamento los primeros pensadores griegos al determinar de manera decisiva el ser del ente, del ente en medio del cual se mueve todo conocer como un comportamiento, que a su vez es, de un ente respecto del ente.

Baste esta nueva indicación del alcance que posee la pregunta por la esencia del conocimiento, indicación que sirve de complemento a otras anteriores, para hacer comprender que en esa pregunta se toman grandes decisiones y que éstas ya han sido tomadas en el pensamiento occidental hasta el momento. Se trata ahora de ver hasta qué punto Nietzsche dirime, o mejor aún, tiene que dirimir las consecuencias extremas de estas decisiones en la medida en que, en el sentido de la tradición pensante de occidente y de acuerdo con el estado de necesidad de su propia época y de la humanidad moderna, piensa sobre el conocimiento de modo metafísico.

Quedan así planteadas las preguntas conductoras de nuestra elucidación del concepto nietzscheano de conocimiento:

¿Por qué desempeña el caos un papel esencial en y para el conocer? ¿En qué medida la necesidad vital práctica dirige el conocimiento? ¿Por qué el conocimiento en general es un esquematizar? Las preguntas están aquí simplemente una después de la otra. Nada se ha decidido sobre su orden jerárquico, suponiendo que éste exista, lo que es de suponer.

¿Es el conocimiento un esquematizar porque previamente se ha instalado un caos y porque, por otra parte, tiene que conseguirse un orden? ¿O lo dado sólo es comprendido como caos porque se ha decidido previamente que el conocer tiene que ser un esquematizar? ¿Y si tiene que serlo, por qué tiene que ser así? ¿Porque tiene que conseguirse un orden? ¿Pero por qué orden, y en qué sentido? Una pregunta lleva a la siguiente y ninguna de ellas puede responderse apelando a hechos existentes y unánimemente reconocidos. Todas estas preguntas ponen ante decisiones.

La pregunta por la esencia del conocimiento es en todas partes y siempre un proyecto pensante de la esencia del hombre y de su sitio en medio del ente y un proyecto de la esencia del ente mismo. Si no tenemos en cuenta esto de antemano y no lo hacemos de modo cada vez más enérgico, lo que Nietzsche expone acerca del conocimiento se asemejará efectivamente a las investigaciones que se emprenden en cualquier instituto psicológico o zoológico para el estudio de los procesos vitales y cognoscitivos, sólo que estas investigaciones realizadas en este tipo de instituciones sobre los procesos de conocimiento, ya sea en hombres o en animales, pueden apelar a que son exactas, mientras que Nietzsche se las arregla con algunas fórmulas biológicas generales. Si nos movemos en el mareo de las pretensiones psicológicas y gnoseológicas de explicar el conocimiento, leeremos las proposiciones de Nietzsche como si debieran explicarnos algo acerca del conocimiento. No veremos que en ellas se decide y se ha decidido algo sobre el hombre actual y sobre su actitud cognoscitiva.
(...)

Nenhum comentário:

Postar um comentário