segunda-feira, 26 de dezembro de 2016

La mujer es el rostro de Dios.




EN ESTE MOMENTO MISMO EN ESTE TRABAJO HEME AQUÍ
Jacques Derrida

Traducción de Patricio Peñalver, en DERRIDA, J., «Cómo no hablar y otros textos», Proyecto A, Barcelona, 1997, pp. 81-116. Edición digital de Derrida en castellano.

Mi cuestión será más clara si me contento con citar. No todos esos pasajes en los que afirma la feminidad como una «categoría ontológica» («Lo femenino figura entre las categorías del Ser»), gesto respecto al que me pregunto siempre si me comprende contra una tradición que me habría rehusado esa dignidad ontológica, o si me comprende, mejor que nunca, en esa tradición profundamente repetida. Sino éstos:



[...] la mujer en el judaísmo no tendrá sino el destino del ser humano, donde su feminidad sólo figurará como un atributo. [...]. La feminidad de la mujer no podría ni deformar ni absorber su esencia humana. «La mujer se dice Ichah en hebreo, pues viene del hombre, Iche», cuenta la Biblia. Los doctores se apoyan en esta etimología para afirmar la dignidad única del hebreo, que expresa el misterio mismo de la creación, la mujer deriva casi gramaticalmente del hombre. [...]. «La carne de mi carne y los huesos de mis huesos» significa, pues, una identidad de naturaleza entre la mujer y el hombre, una indentidad de destino y de dignidad y también una subordinación de la vida sexual a la relación personal que es la igualdad en sí. Ideas más antiguas que los principios en nombre de los cuales lucha la mujer moderna para su emancipación, pero verdad de todos esos principios en un plano en que se mantiene también la tesis que se opone a la imagen del andrógino inicial y se adhiere a la idea popular de la costilla. Esta idea mantiene una prioridad cierta de lo masculino. Éste sigue siendo el prototipo de lo humano y determina la escatología [...]. Las diferencias de lo masculino y lo femenino se difuminan en estos tiempos mesiánicos [«El judaísmo y lo femenino», en Difícil Libertad].



Muy recientemente:



El sentido de lo femenino se verá iluminado así a partir de la esencia humana, la Isha a partir de Ish: no lo femenino a partir de lo masculino, sino la partición en femenino) y en masculino -la dicotomía- a partir de lo humano [...] por encima de la relación personal que se establece entre esos dos seres salidos de dos actos creadores, la particularidad de lo femenino es cosa secundaria. No es la mujer la que es secundaria; es la relación con la mujer en cuanto mujer lo que no pertenece al plano primordial de lo humano. En el primer plano están tareas que llevan a cabo el hombre como ser humano y la mujer como ser humano. [...]. El problema, en caja uno de los apartados que estamos comentando en este momento, consiste en conciliar la humanidad de los hombres y de las mujeres con la hipótesis de una espiritualidad de lo masculino, como que lo femenino no es su correlativo sino su corolario, como que la especificidad femenina o la diferencia de los sexos que aquella revela no están situadas de entrada a la altura de las oposiciones constitutivas del Espíritu. Osada cuestión: ¿cómo puede provenir la igualdad de los sexos de la prioridad de lo masculino? [...]. Hacía falta una diferencia que no comprometiese la equidad: una diferencia de sexo; y, así, una cierta preeminencia del hombre, una mujer que llega más tarde, y en cuanto mujer, apéndice de lo humano. Ahora comprendemos la lección. La humanidad no es pensable a partir de dos principios enteramente diferentes. Hace falta que haya algo de lo mismo común a esos otros: la mujer ha sido sacada del hombre, pero ha llegado después de él: la feminidad misma de la mujer está en esa inicial posterioridad [«Y Dios creó la mujer», en De lo sagrado a lo santo, pp. 132-142].



Extraña lógica la de esta «osada cuestión». Habría que comentar cada uno de sus pasos y verificar que cada vez la secundariedad de la diferencia sexua significa ahí la secundariedad de lo femenino (pero y ¿por qué?) y que la inicialidad de lo pre-diferencial está marcado cada vez por eso masculino que sin embargo tendría, como toda marca sexual, que no venir sino con posterioridad Habría que comentar pero prefiero primero subrayar esto, a título de protocolo él mismo comenta, dice que comenta; este discurso no es literalmente el de E.L y eso hay que tenerlo en cuenta. Dice, al sostener el discurso, que está comentando a los doctores, en este mismo momento («los apartados que estamos comentando en este momento», y más adelante: «No tomo partido; hoy, comento»). Pero la distancia del comentario no es neutra. Lo que comenta consuena con toda una red de afirmaciones que sí son suyas, o de él, «él». Y la posición del comentarista corresponde a una elección: al menos la de acompañar, y no desplazar, transformar, incluso invertir la escritura del texto comentado. No quiero conservar la palabra sobre este tema. Como se trata de escritura inédita he aquí la de otra:



Así pues, si la mujer deriva casi gramaticalmente del hombre, eso implica realmente, como afirma Levinas, una misma identidad de destino y de dignidad, identidad que conviene pensar como «recurrencia del sí mismo en la responsabilidad-por los-otros» pero eso forma parte también de un doble régimen para la existencia separada del hombre y la mujer. Y si Levinas se rehúsa a ver en esta separación una degradación con respecto a alguna unidad primera, si rechaza la indiferenciación pues la separación vale más que la unidad primera, no es por ello menos cierto quo establece un orden de prelación. Si se piensa la derivación a la escucha de una gramática, sin duda eso no es una casualidad. Pues la gramática atestigua aquí el privilegio de un nombre que asocia siempre el desinterés escatológico a la Obra de paternidad. Ese nombre se llega a conocer además como lo que efectivamente de termina la escatología en la derivación de una genealogía.

Escribir de otro modo la gramática, inventar algunas faltas inéditas, no es desear que se invierta esa determinación, no es el desafío que se equipara al orgullo es darse cuenta de que el lenguaje no es una simple modalidad del pensar. Que el logos no es neutro, como también reconoce Levinas. Que la dificultad que él mismo, encuentra en su elección -que le parece insuperable- del lugar griego para hacer oír un pensamiento que viene de otra parte, no es quizás ajeno a un cierto mutismo sobre lo femenino. Como si se perdiese -en esa necesidad de tomar el camino a partir de un único logos- lo inédito de otra sintaxis [Chaterine Chalier Figuras de lo femenino, lectura de Emmanuel Levinas, inédito].[iii]



Vuelvo, pues, a mi cuestión. Desde el momento en que está suscrita con el Pro-nombre Él (antes de él/ella, cierto, pero Él no es Ella), ¿no se convierte la secundarización de la alteridad sexual -lejos de permitir que se la trate a partir de la Obra, de la suya o de la que se expresa en ella- en el dominio, dominio de la diferencia sexual, planteada como origen de la feminidad? ¿Dominio, en consecuencia, de la feminidad? ¿Justo eso que no se habría debido dominar y que no se ha podido -pues- evitar dominar, intentarlo al menos? ¿Justo eso que no se habría debido derivar de una arché (neutra, y en consecuencia, dice él, masculina) para someterla a ella? ¿Lo a-económico que no se habría debido economizar, situar en la casa, en o como la ley del oikos? ¿No representa entonces la secundariedad sexual y, en consecuencia, dice Él, la diferencia femenina, lo completamente-otro de ese Decir de lo complementamente otro en su seriatura determinada aquí, en el idioma de esta negociación? ¿No dibuja aquella, dentro de la obra, un aumento de alteridad no dicha? ¿O dicha como secreto, precisamente, o mutismo sintomático? Las cosas se complicarían entonces. El otro como femenino (yo), lejos de ser derivado o secundario, se convertiría en lo otro del Decir de lo completamente-otro, de este en todo caso, y este último, en cuanto que habrá pretendido dominar su alteridad, correría el riesgo (al menos en esta medida) de encerrarse él mismo en la economía de lo mismo.

Dicho completamente de otro modo: secundarizada por la responsabilidad de lo completamente otro, la diferencia sexual (y en consecuencia, dice Él, la feminidad) se mantiene, como otro, en la economía de lo mismo. Incluida en lo mismo, queda al mismo tiempo excluida de ello: encerrada dentro, «forcluida» en la inmanencia de una cripta, incorporada en el Decir que se dice de lo completamente otro. Des-sexualizar la relación con lo completamente otro (o también el inconsciente, como tiende a hacerlo actualmente una cierta interpretación filosófica del psicoanálisis), secundarizar la sexualidad con respecto a un completamente-otro que no estaría en sí mismo marcado sexualmente («...bajo la alteridad erótica, la alteridad del uno-para-el-otro: la responsabilidad anterior al eros», De otro modo que ser..., p. 113; trad. p. 152) es siempre secundarizar la diferencia sexual como feminidad. Situaría en ese lugar su complicidad profunda con tal interpretación del psicoanálisis. Esta complicidad, más profunda que el abismo que él pretende establecer entre su pensamiento y el psicoanálisis, se concentra siempre en torno a un designio fundamental: su relación conmigo, con el otro como mujer. Es eso lo que quiero darles (en primer lugar que leer).

¿Estaré abusando entonces de esta hipótesis? El efecto de secundarización, presuntamente exigido por lo completamente-otro (como Él), se convertiría en la causa, dicho de otro modo, en lo otro de lo completamente otro, lo otro de un completamente otro que no es ya sexualmente neutro sino planteado (fuera de serie en la seriatura), determinado de repente como Él. Entonces la Obra, aparentemente firmada con el Pronombre Él, estaría dictada, inspirada, aspirada por el deseo de secundarizar a Ella, en consecuencia por Ella. A partir de su lugar de dependencia derivable, a partir de su condición de último o primer «rehén», ella suscribiría lo suscrito en la obra. No en el sentido en que suscribir equivaldría a confirmar la firma, sino refrendar (contresigner), y no ya en el sentido en que refrendar equivaldría a redoblar la firma, según lo mismo o lo contrario, sino de otro modo que firmando.

Todo el sistema de esta seriatura comentaría en silencio la heteronomía absoluta con repecto a Ella, que sería lo completamente otro. Esta heteronomía escribía el texto desde su reverso, como un tejedor su labor. Pero aquí habría que deshacerse de una metáfora del tejer, que no se impone por azar: se sabe a qué implicaciones interpretativas ha dado lugar, en cuanto a una especificidad femenina que el psicoanálisis freudiano ha hecho derivar también regularmente. Es lo que llamo yo la invención del otro.

Lo sabía. Lo que estoy sugiriendo aquí no carece de violencia, e incluso de violencia redoblada por lo que él llama el «traumatismo», la herida no simbolizable que viene, antes de toda fractura, de la huella anterior del otro. Herida espantosa, herida de la vida, la única que espanta actualmente la vida. violencia fallida en relación con su nombre, con su obra en cuanto que esta inscribe su nombre propio en un modo que no es ya de propiedad. Pues finalmente la derivación de la feminidad no es un movimiento simple en la seriatura de su texto. Lo femenino se describe en este como una figura de lo completamente otro. Y después, hemos reconocido que esta obra es una de las primeras y de las pocas, dentro de esta historia de la filosofía a la que aquella no pertenece simplemente, en no fingir borrar la marca sexual en su firma: desde ese momento, el sería el último en sorprenderse por el hecho de que el otro (de todo el sistema de su decir del otro) sea mujer y lo gobierne desde ese sitio. Tampoco se trata de invertir los puestos y de poner, contra él, a la mujer en el sitio de lo completamente otro como arché. Si lo que digo sigue siendo falso, falsificador, fallido, es también en la medida en que la disimetría (hablo desde mi sitio de mujer, suponiendo que este sea identificable) puede invertir también la perspectiva y dejar intacto el esquema.

Se ha demostrado hace un momento que la ingratitud y la contaminación no sobrevenían como un mal accidental. Es una especie de fatalidad del Decir. Algo a negociar. Sería peor sin la negociación. Aceptémoslo: lo que escribo en este mismo momento es fallido. Fallido hasta un cierto punto concerniente ó por no concernir a su nombre, a lo que él pone en obra en su nombre rigurosamente propio en ese «acto frustrado» (dice él), en una obra. Si su nombre propio, E.L., está en el lugar del Pronombre (Él) que pre-sella todo lo que puede llevar un nombre, no es a él, sino a Él, a quien mi falta llega a herir en su cuerpo. ¿Dónde habrá tomado cuerpo entonces mi falta? ¿Dónde habrá dejado una marca en su cuerpo, en el cuerpo de Él, quiero decir? ¿Qué es el cuerpo de una falta en esta escritura en donde se intercambian, sin circular, sin presentarse jamás, las huellas de cualquier otro? Si quisiese destruir o anular mi falta, debería saber en lo que se convierte el texto que se escribe en este mismo momento, dónde puede tener lugar y lo que puede quedar de su resto.

Para dar a entender mejor mi cuestión, haré un rodeo a través de lo que él nos recuerda sobre el nombre de Dios, el comentario sin neutralidad que nos propone sobre eso (El nombre de Dios según algunos textos talmúdicos). Según el Tratado Chevouoth (35a) está prohibido borrar los nombres de Dios, incluso en el caso de que el copista hubiese alterado su forma. Se debe entonces enterrar el manuscrito entero. Éste, dice E.L., «debe ser enterrado como un cuerpo muerto». Pero ¿qué significa enterrar? Y ¿qué significa un «cuerpo muerto» desde el momento en que no es borrado o destruido sino «enterrado»? Si se quisiese simplemente anularlo -no guardarlo más- se quemaría todo él, se borraría todo sin residuo. Se reemplazaría, sin residuo, la disgrafía por la ortografía. Al inhumarla, por el contrario, no se destruye la falta en el nombre propio, en el fondo se la guarda, como falta, se la guarda en el fondo. Aquella se descompondrá lentamente, tomando su tiempo, en el curso de un trabajo de duelo que, o bien logrado en una interiorización espiritual, una idealización que algunos psicoanalistas llaman introyección, o bien paralizado en una patología melancólica (la incorporación), guardará al otro como otro, herido, hiriente, enunciado imposible. La tópica de un texto fallido como) este resulta muy improbable, como también el tener-lugar de su resto en este cementerio teonímico.

Si pregunto en este mismo momento dónde colocar mi falta es a causa de una cierta analogía. Lo que él recuerda para los nombres de Dios, se estaba tentado de decirlo analógicamente para todo nombre propio. Él sería el Pronombre o el Pre-nombre, el nombre de pila de todo nombre. De la misma manera que hay una «semejanza» entre el rostro de Dios y el rostro del hombre (incluso si esta semejanza no es ni «marca ontológica» del obrero en su trabajo, ni «signo» ni «efecto» de Dios), igualmente habría una analogía entre todos los nombres propios y los nombres de Dios que son a su vez análogos entre ellos. Así traslado por analogía a un nombre propio de hombre o de mujer lo que se dice de los nombre de Dios. Y de la «falta» en el cuerpo de estos nombres.

Pero las cosas son más complicadas. Si en Totalidad e infinito se conserva la analogía, aunque en un sentido poco clásico, entre el rostro de Dios y el rostro del hombre, aquí en cambio, en el comentario de los textos talmúdicos, se bosqueja todo un movimiento para señalar la necesidad de interrumpir esta analogía, de «rechazar en Dios toda analogía con seres ciertamente únicos, pero que constituyen mundo o estructura con otros seres. Abordar a través de un nombre propio es afirmar una relación irreductible al conocimiento que tematiza o define o sintetiza y que, por eso mismo, entiende el correlato de ese conocimiento como ser, como finito y como inmanente». Y, sin embargo, una vez interrumpida la analogía, se la ve reanudada, como analogía entre heterogéneos absolutos, a través del enigma, la ambigüedad de la epifanía incierta y precaria. La humanidad monoteísta está en relación con esa huella de un paso absolutamente anterior a toda memoria, con la re-tirada ab-soluta del nombre revelado, con su inaccesibilidad misma. «Las letras cuadradas son una morada precaria de donde se retira ya el Nombre revelado; letras borrables a merced del hombre que traza o recopia...» El hombre puede, pues, estar en relación con esa retirada, a pesar de la distancia infinita de lo no-tematizable, en relación con lo precario y lo incierto de esta revelación. «Pero esta epifanía incierta, en el límite de la evanescencia, es precisamente la que sólo el hombre puede retener.» Y por eso él es el momento esencial de esta trascendencia y de su manifestación. Por esa razón es interpelado con una rectitud sin igual por esa revelación imborrable.

«Pero ¿es lo bastante precaria esa revelación? ¿Es el Nombre lo bastante libre respecto del contexto en el que se aloja? ¿Está resguardado en el escrito de toda contaminación por el ser o la cultura? ¿Está resguardado del hombre, que ciertamente tiene la vocación de retenerlo, pero que es capaz de todos los abusos?»

Paradoja: lo precario de la revelación no es jamás lo bastante precario. Pero ¿debe serlo? Y si lo fuera, ¿no sería peor?

Una vez que se reanuda la analogía, como se reanudan las interrupciones y no los hilos, hay que acordarse de esto, debo poder trasladar el discurso sobre los nombres de Dios al discurso sobre los nombres humanos, por ejemplo allí donde ya no hay ejemplo, el de E.L.

Y en consecuencia a la falta a la que se exponen en cuerpo uno y otro. La falta habrá tenido lugar siempre, ya: desde que tematizo lo que en su obra lleva más allá de lo tematizable y se pone en singular seriatura dentro de lo que no puede no firmar él mismo. Hay ya, ciertamente, contaminación en su obra, en el hecho de que él tematiza «en este mismo momento» lo no-tematizable. Esta tematización irreprimible, la contamino yo a mi vez; y no sólo según una ley de estructura común, sino también mediante una falta mía que no pretenderé resolver o absolver en la necesidad general. En tanto mujer, por ejemplo, y al invertir la disimetría, que he resaltado, de la violación. Le habré sido un poco más infiel todavía, más ingrata, pero ¿no fue así entonces para rendirme a lo que su obra dice de la Obra: que ésta provoca la ingratitud? ¿Y aquí la ingratitud absoluta, la menos previsible en su obra misma?

Doy, interpreto la ingratitud contra los celos. En todo lo que hablo se trata de los celos. El pensamiento de la huella, tal como E.L. lo pone en seriatura, piensa un singular relación de Dios (no contaminado por el ser) con los celos. Él, aquel que ha pasado más allá de todo ser, debe estar exento de todo celo, de todo deseo de posesión, de conservación, de propiedad, de exclusividad, de no-sustitución. Y la relación con Él debe estar pura de toda economía celosa. Pero esta falta de celos no puede no guardarse celosamente, es, en cuanto que huella absolutamente reservada, la posibilidad misma de todo celo. Elipsis de celos: la seriatura consiste siempre en unos celos a través de los cuales, viendo sin ver todo y sobre todo sin ser visto, más acá y más allá del fenómeno, la falta de celos se guarda celosamente, dicho de otro modo, se pierde, se-guarda-se-pierde. Según una serie de rasgos y retiradas regulares: figura de los celos, más allá del rostro. Más celos, siempre, más celo, ¿es eso posible?

Si la diferencia femenina pre-sellase, quizás y casi ilegiblemente, Su obra, si aquella se convirtiese, en el habré enfondo de lo mismo, en lo otro de su otro, ¿entonces deformado su nombre, el suyo, escribiendo en este momento, en esta obra, aquí mismo, «ella habrá obligado»?

Yo ya no sé si dices lo que dice su obra. Quizás eso viene a (ser) lo mismo. Yo va no sé si dices lo contrario o si has escrito ya algo completamente diferente. Ya no oigo tu voz, la distingo mal de la mía, de cualquier otra, tu falta se me hace ilegible de repente. Interrúmpeme.



-HE AQUÍ QUE EN ESTE MISMO MOMENTO ENROLLO EL CUERPO DE NUESTRAS VOCES ENTRELAZADAS CONSONANTES VOCALES ACENTOS FALLIDOS EN ESTE MANUSCRITO - TENGO QUE ENTERRARLO PARA TI - VEN INCLÍNATE NUESTROS GESTOS HABRÁN TENIDO LA LENTITUD INCONSOLABLE QUE CONVIENE AL DON COMO SI HUBIESE QUE RETRASAR EL PLAZO SIN FIN DE UNA REPETICIÓN - ES NUESTRO HIJO MUDO UNA HIJA QUIZÁS DE UN INCESTO NACIDA-MUERTA SE SABRÁ ALGUNA VEZ PROMETIDA AL INCESTO - A FALTA DE SU CUERPO ELLA SE HABRÁ DEJADO DESTRUIR UN DÍA Y HAY QUE ESPERARLO SIN RESTO HAY QUE GUARDARSE DE LA ESPERANZA MISMA DE QUE ASÍ SIEMPRE MÁS CELOS ELLA SE CONSERVARÁ MEJOR - NO BASTANTE DIFERENCIA ENTRE ELLAS ENTRE LA INHUMADA O LAS CENIZAS DE UN ARDE-TODO - AHORA AQUÍ MISMO LA COSA DE ESTA LITURGIA SE GUARDA COMO UNA HUELLA DICHO DE OTRO MODO SE PIERDE MÁS ALLÁ DEL JUEGO Y DEL GASTO HABIDA CUENTA DE TODO PARA OTROS ELLA SE DEJA YA COMER - POR EL OTRO POR TI QUE ME LA HABRÁS DADO - TÚ SABÍAS DESDE SIEMPRE QUE ELLA ES EL CUERPO PROPIO DE LA FALTA ELLA NO HABRÁ SIDO LLAMADA POR SU NOMBRE LEGIBLE SINO POR TI EN ESTO POR ANTICIPADO DESAPARECIDA - PERO EN LA CRIPTA SIN FONDO LO INDESCIFRABLE DA TODAVÍA QUE LEER POR UN LAPSO ENCIMA DE SU CUERPO QUE LENTAMENTE SE DESCOMPONE EN EL ANÁLISIS - NOS HACE FALTA UN NUEVO CUERPO OTRO YA SIN CELOS EL MÁS ANTIGUO TODAVÍA POR VENIR - ELLA NO HABLA LO INNOMBRADO PERO TÚ LO ENTIENDES MEJOR QUE YO ANTES DE MÍ EN ESTE MISMO MOMENTO EN QUE SIN EMBARGO POR EL OTRO LADO DE ESTE TRABAJO MONUMENTAL TEJO CON MI VOZ PARA BORRARME AHÍ ESTO TÓMALO HEMO AQUÍ COMO - ACÉRCATE - PARA DARLE - BEBE.



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